OH SEÑOR Y DIOS, QUE HABITAS LA ETERNIDAD,
Los cielos declaran tu gloria,
La tierra tus riquezas,
El universo es tu templo.
Tu presencia llena la inmensidad
Y, sin embargo, por deseo propio, has creado vida y proporcionado felicidad.
Tú me has convertido en lo que soy y me has dado lo que tengo.
En ti vivo, me muevo y tengo mi ser.
Tu providencia ha establecido los límites de mi morada
y sabiamente se ocupa de todos mis asuntos.
Te doy gracias por las riquezas que me has dispensado en Jesús,
por la clara revelación que de él me has hecho en tu Palabra,
donde contemplo su persona, su naturaleza, su gracia, su gloria,
su humillación, sus sufrimientos, su muerte y su resurrección.
Hazme sentir la necesidad de su salvación constante
y clamar con Job: «Vil soy»,
con Pedro: «Muero»,
con el publicano: «Sé propicio a mí, pecador».
Sojuzga mi amor al pecado;
Hazme saber mi necesidad de renovación, así como de perdón,
para que te sirva y disfrute de ti por siempre.
Acudo a ti en el nombre supremo de Jesús
sin nada que alegar,
ni obras, ni méritos, ni promesas.
Me descarrío a menudo,
a menudo soy consciente de que me opongo a tu autoridad;
a menudo abuso de tu bondad.
Gran parte de mi culpa se debe a mis privilegios religiosos,
a la escasa estima en que los tengo,
a mi incapacidad de utilizarlos para mi beneficio,
Pero no paso por alto tu favor ni tu gloria.
Graba en lo más profundo de mi ser la conciencia de tu omnipresencia,
que estás presente en mi camino, en mis actos, en mi descanso, en mi fin.